Crónica de un fin de semana en La Rioja
Estrés digestivo: (lat: digetis causis nervis) dícese del esfuerzo vital e incontrolado al que se le somete al cuerpo después de una abundante y copiosa ingesta alimenticia.
Buenas tardes a mis lectores. O noches o mañanas, depende cuando me lean. Para mi son tardes, pero no buenas. Por mis síntomas llego a la conclusión que mi estado físico debe encuadrarse en lo que la anterior definición describe.
Me preparo a pasar las próximas horas aletargado después de un intensísimo fin de semana en La Rioja, comiendo y ... comiendo y ... seguir comiendo por estos lares, ya que desde aquí escribo.
Esto último, así como las visitas y catas las he hecho en compañía de mi señora esposa (permitidme que la nombre la primera, y no es por obligación educacional, sino salvaguarda física) y doce amigos más. Chus y Javier (el jefe); Esther y José Luis; Ana y Ángel; Consuelo y Víctor; Marta y Leopoldo y Cristina y Carlos.
Las jornadas empezaron el viernes, todavía sin todas las piezas en posición. Sólo nos incorporamos Chus y Javier, Ana y Ángel, Consuelo y Víctor e Iciar y yo.
Empezamos nuestro peregrinaje nocturno por el santo y seña de todo visitante a tan ilustre plaza: el Soriano. Bar cuya característica principal es ser pequeño, incómodo, estar lleno, tener el peor vino de toda la ciudad y ser monoproducto, como el McDonalds. Vamos a priori un chollo. Para no ir. Ahora bien, no ir es delito, que en la antigüedad estaba penado con ayuno. Su monoproducto es el champiñón. No puedes elegir nada acerca de su presentación, sólo puedes degustarlo.
No me pagan, pero porque no pagan a nadie para que les publicite. No lo necesitan. Es sencillamente el mejor pincho de champiñón del país, y como aquí es donde mejor se come del planeta, pues es el mejor pincho de champiñón del planeta. Es tan bueno, que el negocio permite que cuatro familias vivan, y lo hagan muy bien, de servir sólo este pincho en ese cuchitril, y además, que como unos campeones, se permitan cerrar en fiestas. ¡Que hay mucha gente! Con un par ..
Ahí empezamos la senda de los elefantes, como se conoce por estos lares a las calles pobladas, perdón, abarrotadas de bares : San Juan, San Agustín y la renombrada calle Laurel.
Decidimos, bueno la verdad es que decidí yo, porque mis amigos me han permitido llevar en todo momento la batuta del fin de semana, desplazarnos a probar otra de las delicias de la zona: las chuletillas de cordero. Aquí fuimos al bar Crixto, en la calle del Cristo. El propósito no era otro que degustar las mejores chuletillas de cordero al sarmiento de la localidad y aledaños. Las chuletillas que prepara mi amigo Fito, a su vez propietario de una bodega muy pequeña, que sólo elabora 25.000 botellas de un vino exquisito.
Aquí las señoras decidieron atreverse a probar otra de las exquisiteces de mi amigo: sus tomates. Cultivados bajo los efluvios de los vinos de su bodega.
Allí, se come como en casa, bueno como en casa deberíamos tomar las chuletillas. Con las manos. Como lo hacían los antiguos romanos, descubridores de tal manjar.
Y ocurrió lo esperado, que cuatro raciones para cinco fueron pocas y tuvimos que pedir otras cuatro. Así qué sí, ocho raciones para cinco. No está mal el ratio.
Se me ha olvidado decirlo. Antes de esto habíamos hecho una parada técnica en La Fontana, un bar que me cuenta entre sus clientes habituales. Sobre todo en las noches de días templados, donde estoy cansado de cenar sándwich de jamón y queso en el hotel. Allí, Ángel decidió empezar a probar la calidad de su hígado nuevo y se metió entre pecho y espalda un señor (por el tamaño) torrezno. También con un par.
Después de las chuletillas, nuestros estómagos, hígados y páncreas empezaban a decir basta, así que los señores decidimos que había que regarlo con un gin tonic. Las señoras decidieron que para empezar ya bastaba.
¿Y donde probar los mejores gin tonic del norte? Pues en el bar Bretón. ¿Dónde sino? Aquí se hacen las cosas bien. El bar Bretón, donde como podréis suponer me cuenta entre sus clientes, se caracteriza por ser un café antiguo, con solera. Donde el dueño además de ser un afanado literato, que se precia de otorgar un premio anual de literatura, es un experto en esta espirituosa bebida.
Tiene todas las tónicas y todas las ginebras posibles. Perdón, me he equivocado, todas menos la que pidió Ángel. Tónica con regaliz. Joder! Angel, dejas en mal lugar a cualquiera. Teníais qué haber visto la cara del camarero. Parecía que le estaba hablando en arameo.
Claro, sin tónica de regaliz y sin poder ponerle ginebra a la copa, Ángel decide que es hora de cascarse un puraco de tres al cuarto.
Y pasó lo que tenía que pasar.. Jamacuco de Ángel. ¡Joder! Que susto!
Ángel, además se había dejado el pen drive de alta capacidad, con su historial médico en casa. Yo pensaba y no decía nada: ahora cuando lleguemos al hospital ¿por dónde empezamos? ¿contamos que ha sobrevivido a la visita de la parca? ¿o empezamos por el puro? ¡Que dilema!
Bueno al final Ángel fue bueno y no nos puso en esa tesitura. Se recuperó y pudimos dejarle en los brazos de Morfeo de manera pertinente y en el hotel.
Así acabamos el primer día. Bueno yo no, yo lo acabé con mis amigas las sales de frutas. Sin ayuda, esto tenía pinta de ser una cuesta demasiado empinada. Eran las primeras rampas del Tourmalet y no podía dar señas de agotamiento.
A la mañana siguiente acudimos a desayunar a mi punto habitual de avituallamiento: El Tostador. Para el que no lo sepa, paso mucho tiempo en Logroño y aquí ya me conoce quien me tiene que conocer, y unos de estos son quienes me dan de desayunar. Siempre.
Dicen que los hombres no podemos hacer más de una cosa junta. Bueno eso lo dicen las mujeres, que son unas arpías, porque yo sí puedo, o eso pensaba hasta que me empiezan a pedir los cafés, los zumos, las tostadas, los bollos…. ¡Que pollo!
Hubo un momento donde decidí que me daba igual, que lo que sobrase, ya me lo tomaría yo. No sabía si había pedido siete o diecisiete cafés. Si las tostadas iban con aceite, tomate o morcilla. La camarera, que por cierto me conoce, se partía de risa.
Pues bueno, cuando creía que había conseguido pedirlo todo, llega Ana y me dice que su café debe ser muy fuerte. Ana, una confidencia pública, cuando iba a decírselo al camarero decidí no hacerlo. Ya no sabía ni cuantos cafés había pedido, como para cambiar algo que no controlaba. Así qué el café que te tomaste era como el de todos.
De lo ocurrido tienen la culpa las mujeres. No yo.
Ah! Mirad en las fotos de Javier, el porte de las tostadas. Aquí nada de mariconadas. Se alimenta de bien.
El hotel al igual que la cafetería está en el medio del camino de Santiago, así que tuvimos la ocasión de ver la multitud de peregrinos que a esas horas emprenden una nueva etapa del camino.
Mientras que llegan los que faltaban, ya que llegaban el sábado por la mañana, nos fuimos a intentar ver las vistas desde el balcón de La Rioja, en el puerto de la Herrera, pero lo hicimos por un camino un poco más largo, por Oyón, para disfrutar de la espectacular vista de las gigantescas alfombras de colores pardos, rojos y amarillos, junto con los todavía verdes que nos brindan por esta época los viñedos. Ahora y en los próximos veinte días, La Rioja brinda a sus visitantes un festival de colores, derivados de las tonalidades de las hojas de las viñas, una vez vendimiadas y en espera de sus podas. El espectáculo visual es indescriptible. Sencillamente precioso.
Desgraciadamente desde el balcón no se veía nada, y es textual, la niebla era tan densa que no vi la entrada y por dos veces.
Bueno ya estaban todos. Los que faltaban llegaron y nos fuimos a realizar una visita guiada por Logroño.
¡Que vergüenza! Cuatro años aquí y el 50% de lo que nos enseñaron no sabía ni que existiera. Y para completar el delito, está a no más de 200 metros de donde vivo.
Bueno, una visita de lo más interesante, que nos dio a conocer la cantidad de cosas curiosas que tenemos a nuestro alrededor.
Y de ahí a ... Pues claro a comer. Nos fuimos a un sitio realmente idílico. La bodega y el museo Vivanco. Inenarrable. Unas instalaciones incrustadas en un entorno de viñedos espectaculares. Nos habían preparado una mesa con unas vistas de los viñedos y de los pueblos cercanos, que hacía más apetecible lo que nos disponíamos a meternos entre pecho y espalda.
Y estando en La Rioja que se debe comer, pues claro, patatas a la riojana y cordero. Lo regamos con un fabuloso crianza de mi buen amigo Santi Vivanco.
Estaba tan bueno, que al menos en el sector masculino repetimos de ambos platos, y si alguien duda del tamaño de los platos, que le pregunte a Carlos. Él a partir de ahí, agua. (lo siento pero no me deja poner muchos acentos)
Así qué reflexionemos. Dos platos de patatas, más dos de cordero asado, requerirá al menos tres cuartos de botella para que pase.
Para aquellos que no lo han hecho, yo les recomiendo que se lean la colección de Asterix y Obelix. Yo los compré de mayor y al menos cada libro lo he leído cuatro veces. Son un tratado de cultura. Pero hay uno, sólo uno, que me ha acompañado desde mi infancia. Quizás por eso sea el que más me gusta. Asterix en Arvenia. Estas situaciones me recuerdan al jefe que en su peregrinar a los baños para curarse de su ataque de hígado, decide que hay que alimentarse, que la dieta es insoportable y al comer dice que “los buenos alimentos nunca pueden sentar mal”. Pues esto es lo que pienso cuando como así.
Del restaurante al museo. Cinco plantas de cultura del vino necesitarían al menos ocho horas. Los vídeos, los utensilios, ... Sin comentarios. Después de una visita, la botella de vino, uno la ve de otra manera. Sólo tuvimos una hora y media. Claramente insuficiente para verlo con el detalle que necesita, pero suficiente para valorar la magnitud. Sólo un dato: hay 3.500 sacacorchos.
Y de ahí a conocer la bodega.
La visita y la cata guiada fueron muy entretenidas e ilustrativas, tanto que Carlos felicitó efusiva y públicamente al guía. Si al salir del museo valorábamos más la botella, ahora ya no tenemos duda. Cuando tomemos una copa de vino, pensaremos en el trabajo que lleva detrás y en lo afortunados que somos de poder degustar tan preciados caldos a unos precios razonables, no como en otros países.
Habíamos casi finalizado el día, pero nos quedaba la cena. Sí, otra vez a comer. A la calle Laurel. No estaba llena, había más gente. Había tanta gente, que para ir de una calle a otra, con el fin de no perder a nadie, nos salíamos de la calle e íbamos por fuera de la zona, dando una vuelta.
Aquí alguien petó. Si ése; el de León. Ya no podía más y eso que se había incorporado tarde. Las patatas, y el asado habían podido con Don Carlos. Pero para él, lo peor estaba por llegar, y no ocurriría ese día, sino al siguiente.
Así que otra vez al champi, a tomar la tempura o a probar los bocadillos de jamón serrano con queso de tetilla. Bueno, Javier no, éste sin queso. ¡Qué barbaridad, que estrés!
Como irá imaginando el lector, la sal de frutas acababa de pasar de la fase necesaria, a la de imprescindible.
El domingo, empezaba, como acabó el sábado. Si. Comiendo. O desayunando.
Esta vez, Cristina, se apiadó de mí y con su diligencia típica, puso orden. No más tonterías. Ahora su orden permitió algo de lo que yo fui incapaz. Ana tomo un café con leche cargado. Ana, fui testigo, igual que lo fui el día anterior, que no estaba ni cargado, ni leches.
El domingo amaneció con un sol esplendido, que luego acabaría en una lluvia igual de espléndida. Ya se sabe, no es como empieza, sino como acaba. Por suerte, fue como acabó, ya que fuimos a visitar una bodega arquitectónica, Ysios. Disfrute de D. José Luis. Diseñada por su colega el altamente encausado Calatrava. El edificio precioso, pero con goteras, así que con obras. Y él con una demanda, como tantas otras.
Cuando fui a pagar la visita, la guía me dijo que debíamos usar unos cascos porque no podía gritar. O no quería. Y no se me ocurrió otra cosa que decir que debíamos usar cascos porque la visita se iba a realizar en ruso y parte en arameo. Esto indigno a D. Carlos, el cual se encaró con la guía, increpándole acerca de si le estaba tomando el pelo. Si el guía en lugar de una chica es un maromo me casca una leche como está escrito.
Allí, como ya éramos todos unos expertos, nos enfrentamos a una cata de vinos de 60 € la botella. Ya nos veis a nosotros, discernir no solo sobre la calidad, acidez o matiz del vino, sino además sobre la oxigenación o no del vino en la copa. Y eso que era una cata a mitad de mañana. Esto la tarde anterior, hubiera sido un escándalo.
Bueno, como se dice por ahí lo bueno se hace esperar y para dejar un buen gusto al fin de semana habíamos preparado una visita a uno de los pueblos mas bonitos de nuestro territorio patrio. Además, aunque está en el País Vasco, lucía en el balcón consistorial una bandera de España. Seguro que son buena gente. El pueblo en cuestión era Laguardia.
Y allí ocurrió lo peor, lo más humillante para un leones de pro. Cristina, su amada esposa osó, se atrevió a llamar a las puertas de la casa de Lucifer. ¡Compró chorizo riojano!! Sí, lo repito, no me he equivocado. ¡Compró chorizo riojano!!
Además riojano, no importado de León. Iba a entrar en casa de D. carlos un chorizo que no era de León.
Cuan ofensa. Cuan vejación. Yo casi no me atrevo a mirarle de lo abochornado que me imaginaba se encontraría.
Bueno, el ofendido, los chorizos, su esposa, Ana y también sus chorizos (cuyo olor padecí en la iglesia) y el resto, nos fuimos a ver una de esas extrañas y poco conocidas maravillas españolas: el último pórtico de piedra policromado de España. Sencillamente espectacular. Maravilloso.
La puesta en escena es graciosa, porque parece preparada. Te introducen en la antesala sin luz (realmente es para no gastar) y de repente encienden las luces (realmente cuando estamos todos y pasa la guía y aprieta el interruptor). El Uuuu es unánime. Sencillamente esplendoroso. De ahí a la iglesia, a oler los chorizos de Ana y a….
Si. A comer. ¿El que? ¿Pues que si no? Patatas con chorizo y chuletillas. Pero además de estar buenas, el sitio era precioso, una terraza cubierta a modo de balcón sobre las alfombras de viñedos riojanos. Hasta el tiempo nos brindo un radiante arco iris completo.
Aquí acabo nuestro fin de semana. Sé por pruebas graficas recibidas que los viajantes, decidieron merendar en el mejor sitio de España para tomar morcilla, pero también uno de los mas bonitos y agradables para merendar palmeras, el Landa.
Yo ahí ya no estuve. Yo ya me encontraba en estrés digestivo.
Miguel Angel